
Llegué a casa y me recosté. El dolor se incrementaba, al igual que la cantidad de visitas. Yo, desesperado, no sabia como esconderme de tanta gente... y entonces Betty me dijo: me quedaré aqui, y les pediré prudencia a quienes vayan llegando. Y así lo hizo.
Yo dormia entre visita y visita, y a veces entrecortaba el sueño solo para verla a ella dormida en el suelo, justo al lado de mi cama.
Me ha bañado, alimentado y dado las medicinas; practicamente me carga para ponerme ayudarme a ponerme en pie y solo se ha ausentado en dos ocasiones y no suman cuarenta minutos entre las dos.
Su compañia ha hecho que esa cirujia que dejará una cicatriz de 29 centímetros sea mas digerible.
Soy un hombre afortunado.